martes, 12 de marzo de 2013

"Yo no sé cómo será la Tercera Guerra Mundial..."

"...pero sí sé como va a ser la cuarta: con piedras y palos".- Albert Einstein.


         A mí me gusta escribir sobre historias melodramáticas de género romanticón. Me gusta porque, dentro de la compleja tragicomedia que es el mundo actual, me parece lo más fácil de describir. Fácil  porque consiste en  un tipo de tristeza que lleva aquí, sobre mi alfombra, desde siempre. Fácil también porque es algo que sé que va a  morderos la patata. Y tengo que decir, aunque esto suene algo absurdo, que es una cosa que me cabrea en exceso.  Por lo superfluo que resulta el tema, por la abundancia de textos de ese estilo, por la ausencia de una reflexión que vaya más allá. Cuando cojo el lápiz e intento algo distinto, y entro en esa espiral de borrar y empezar, borrar y empezar, para finalmente volver a contar la misma historia de siempre, comienza a molestarme hasta mi propio pelo, a hervirme el alma y a sobrarme nostalgia en la piel. Para qué mentir: me molesta in extremis, me da picor de conciencia, casi casi alergia epidérmica.
       Y es que a mí, pequeña estudiante, me gustaría poder escribir sobre otras cosas. Me gustaría saber hablar sobre los niños de Palestina, sobre la pobreza en África, sobre la barrera invisible que conforman los mares y que separa el mundo en dos realidades: la que tiene más de lo que necesita, y la de los que aspiran a menos de lo necesario. Me gustaría poner en palabras toda la maraña que creo que es el mundo, explicaros que necesito que despertéis, que hay que poner en orden toda esta locura, que no podemos estar jugando para siempre a "Tinieblas", buscando respuestas con la luz apagada. En algún momento hay que pulsar el interruptor; tirar de la manta; mandarlo todo a la porra. O ni siquiera eso, porque la mitad del pastel ya está más que descubierto. Lo que necesito es que queráis verlo, que no hagamos más la vista gorda, apartando la mirada como quien se teme lo peor, pero prefiere alargar ese segundo de duda hasta el infinito.  Así que deberíais entenderme cuando os digo que, de verdad, me gustaría tener esas palabras mágicas, las frases justas para abrirle las suturas a vuestra cabeza embotada por tanta tecnología y tantos proyectos insulsos y que comprendáis que ahí fuera, en alguna parte, hay gente que se muere sin haber siquiera vivido, apenas sí habiendo disfrutado de la tranquilidad que regalan los sueños cada noche. No os hablo ya de muertes, ni de pasar hambre.
       Os hablo de que hay, en algún sitio (que a veces es más cerca de lo que imaginamos, a una vuelta de esquina) una niña que no sabe que tiene derecho a una educación y que puede ser mucho más que un florero; un bebé que duerme con frío, arropado únicamente por el calor que da el cuerpo de una madre; una abuela que morirá enferma porque no tiene derecho a una sanidad ni la facilidad de bajar a la calle y encontrar cerca una farmacia, y a la que hace tiempo que le cortaron los medios para comunicarse con su familia.
      Os hablo de pueblos que viven bajo el yugo de un poder al que creen intocable, de la sociedad de los 18 cortes de pelo.
     Os hablo de la manipulación en los medios, de la estupidez de Occidente. De la forma en que una reunión en el Vaticano pesa más que la selección de un objetivo nuclear en Corea.
     Os hablo de corrupción, la que vimos tan lejos a veces, la que no es sino un síntoma de lo débil que es la estructura de un país, una parte minúscula de un problema mucho más grande. Esa misma que de repente se nos ha presentado aquí, bajo nuestras propias narices, mientras nosotros estábamos entretenidos haciendo chistes twitteros sobre la paja en el ojo ajeno.
     Hablo de echarse a perder poco a poco, de dejar que nos quiten nuestra sanidad, nuestro sistema educativo, todo aquello por lo que otros lucharon durante décadas, mientras seguimos riéndonos con el talent show de temporada. Hablo de quedarnos sentados mientras tanta tijera y tanta incongruencia política no nos toquen directamente, del egoísmo que prima en cada una de nuestras acciones, incluso en aquellas más altruístas. De manifestaciones por la Sanidad Pública a las que acuden mayoritariamente médicos. De convocatorias en pro de la educación para todos en las que te encuentras con trabajadores de...adivinad qué sector. Y a veces dudo cuánto de eso es desconocimiento, y cuánto es culpa de la comodidad de nuestro sofá. Incluso, muchas veces, me planteo si no será Internet la llave para levantar a  un país entero, y despertarlo de su coma profundo. Porque podrán quitarnos la educación, pero nunca se llevarán nuestro acceso al Facebook. Eso sí que no señor presidente, ¡eso sí que no!

   Como os he dicho...ojalá tuviera esas palabras, el abracadabra que nos convierta a todos en personas comprometidas con nuestro entorno más directo y convencidas de que es posible mejorar el mundo entero. Pero no las tengo. Quizá, en un par de décadas, alguien encuentre las palabras justas por mí. Las palabras adecuadas para describir este momento histórico y explicárselo a nuestros nietos. Contarles cómo dejamos que pasara, describir a la sociedad del 2.0, que creía verlo todo y en realidad estaba perdida ante tanta información que no sabían manejar. Que sepan hablar de su actitud despreocupada con el desarrollo sostenible, y la forma en que dejaron que se pasaran por alto, con premeditación y alevosí, y sin esconderlo ni un poquito, los Derechos de la Humanidad. Espero que puedan dar causas y consecuencias coherentes de la forma en que consiguieron que el país en el que, en su día, no se ponía el sol, se hiciese un poquito más pequeño. Quizá sí, eso espero. Y espero tener la respuesta adecuada para el día en que me toque responder a la pregunta del "¿Qué estabas haciendo tú cuándo...?". 
Al menos, podré decirles que era una chica a la que se le daba más o menos bien explicar qué se siente cuando duermes en el lado bueno de una cama equivocada. 

(Os dejo, que tengo que ir a actualizar mi Twitter, enseñaros mi desayuno vía Instagram, buscar nuevos diseños en Pinterest  y revisar el Facebook)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Pega tu dentellada!