martes, 22 de enero de 2013

Parece que el viento ahora sopla a favor.

Trescientos sesenta y cinco días después, Lucas estudia en Barcelona una carrera aburrida con vistas a un futuro provechoso, y lo hace veinticuatro horas al día, siete días a la semana. "El éxito no espera por nadie", le dijeron un día. ¡Y caramba si había llegado a creérselo! Se ha hecho adicto a Instagram y a los cafés de Starbucks, y es difícil percibir lo pillo de su sonrisa a través de los mensajes de Whatsapp. "Somos lo que parecemos" es su nuevo proverbio favorito,  y hoy por hoy representa todo un estilo de vida.

A Javier también se lo llevó su moto ciento setenta y nueve días atrás, acuciado quizá por la misma prisa que había convertido a Lucas en un hombre de negocios. Pisó con fuerza el pedal, y fue difícil diferenciar el humo que escupía el tubo de escape de aquel aura que siempre pareció rodearle. No se llevó nada con él, ni siquiera los restos de su corazón destrozado. "Tal vez.- parecía decirse- se pueda vivir sin corazón, sólo respirando". Nunca más volvió por allí, pero la cama aún hoy huele a tabaco. Todavía se te clava con fuerza en la memoria nada más entrar. Como un cuchillo, o como cientos de malos vicios.


Y María...
 
María hace ciento setenta y ocho días que abandonó su piso. Ahora vive a caballo entre las comidas de mamá y todos sus sueños europeos. No sabe adónde va, pero se siente en todas partes. Ella y su cocodrilo ya no esperan por nadie. Cuando todos desaparecieron, descubrió que la vida no frena, que no hay un “cinco minutitos más” que dure para siempre. Aprendió que, para ser con alguien, primero tenía que ser por sí misma. 
Así que ahora cuida con mimo a su pequeño compañero, le enseña a no tener miedo a lo desconocido y a dejar salir sus sonrisas ante las situaciones extraordinarias. Han decidido que quieren ser escritores, aunque saben que es complicado porque es coger un lápiz y que el diminuto bichejo se ponga a hablar de recuerdos amargos y despedidas que nunca ocurrieron. Pero van avanzando, porque de forma casi imperceptible las historias se han ido llenando de luces nuevas, de sitios exóticos y alegrías plagadas de colores. Lo hacen despacito, que es como mejor se digieren las cosas, pero lo hacen como Dios manda.
Poco a poco, ha aprendido también a disfrutar de la música sin ponerle nombre propio, y ahora sus alegrías son suyas, y ya no necesita presumir de ellas ante nadie. Va al cine unas dos veces al mes, y le gusta ir de fiesta con sus amigas, aunque ya no acaba con cualquiera en una cama desconocida. A pasitos pequeños, ha recorrido un largo camino, y ha aprendido que mirar atrás con una sonrisa es mucho más valiente que no volver la cara nunca. Ha descubierto que a base de repetir un acto cientos de veces, se pueden aprender miles de cosas nuevas. Siempre que lo hagas,, eso sí con la cara bien alta y los ojos atentos. Sus errores son ahora aciertos velados; los silencios,grandes refranes; y las heridas,lecciones que aún repasa.
Y todo va bien, sólo porque sabe que el futuro será aún mejor, y por fín el viento parece soplar a favor.


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