viernes, 11 de noviembre de 2011

Había agua salada en el menú, pero un buen cocodrilo siempre prefiere acostarse con una reconfortante chocolatada.

Se apagaron las luces de la ciudad.
La Navidad del 85, cuando agarró su mano por primera vez. Se apagaron las luces de la ciudad y nadie se dió cuenta de ello. Ellos se miraron incrédulos, sonriéndose al sentirse cómplices de un secreto que nadie más conoce. Habían dejado todo Madrid a oscuras, y se habían apagado las luces de los árboles de la Castellana, pero la gente seguía con su vida, ajenos a todo y sin reducir ni aunque fuera un poco el paso, ciegos ante ese sentimiento enorme que a ellos dos se les venía ya tiempo escapando por las costuras.
María sonríe ahora, al recordar la forma en que Lucas le guiñó un ojo y echó a correr sin soltar para nada su mano. Todavía recuerda la fuerza con la que la agarraba, la seguridad que le transmitió al apretar sus dedos y lo completa que se sintió mientras le seguía, sin poder apartar los ojos de su pelo enrevesado. Eran jóvenes, aunque entonces no se daban cuenta de que no lo serían para siempre. Pero la verdad es que aquel fue un invierno con olor a churros de cochecillo ambulante y sabor a caramelo de menta, que aún hoy recuerda con un tono dulzón y nostalgia en los ojos como el más frío de muchos.
Nunca volverán a apagar todo Madrid. No volverá a sentir como él tira de ella, acercándola a su cuerpo. No volverá a verle esconder sus manos entrelazadas en el bolsillo trasero de su pantalón. Nadie volverá a proponerle nunca encender la capital entera con besos inflamables. No volverán aquellos incendios, ya no, igual que se marcharon para siempre las luces de cuento, las que parecieran robadas a Oberón y Titania. No volverán los días de antaño, aquellos ya se fueron, y ellos ya no son los que corrían entre la gente en las tardes de invierno. No volverá a sentirse igual de completa, la vida nunca le regalará otro amor de película. Ahora sólo le queda sonreír, quedar con Javier los días de lluvia y ver alguna película en el sofá de su casa, feliz por tener al menos a alguien con quien ahogar esa sensación desorientada. Y rezar para que Lucas no esté apagando la ciudad ahora mismo con otros labios, y para que ella no se haya convertido en alguien totalmente incapaz de darse cuenta de ello.


"En el amor, hacerse mayor es volverse sereno y olvidar las locuras en los días de lluvia. Madurar no es más que guardarse las espaldas y proteger viejas heridas, y dejar que te salgan monstruos tragasueños en alguna parte de tu anatomía."
-M.

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¡Pega tu dentellada!