lunes, 31 de octubre de 2011

Ese "ya no puedo".

<<Bip, bip. Bip, bip..>>
De entre las mantas, una mano dudosa busca a tientas el despertador e interrumpe su soniquete con un golpe inconsistente. A la mano, le sigue un brazo; y al brazo, le sigue una maraña de pelo castaño.
Los pies de Candela buscan a ciegas las zapatillas, al mismo tiempo que ella se esfuerza por no deshacerse de la manta que le cubre los hombros. Se levanta a tientas, como un zombie, sin siquiera molestarse en pulsar el interruptor, conformándose con la luz que se asoma por la ventana. Otro día lluvioso.
Arrastrando los pies y frotándose los ojos, llega al baño. Abre el grifo y deja correr el agua, mientras que observa a través de las legañas a la chica que le devuelve una mirada cansada, la que acaba de levantarse también allí, al otro lado del espejo. Se aparta el pelo torpemente mientras que acerca un poco más la cara, y se encuentra con unas ojeras enormes, que se hacen todavía más evidentes en contraste con lo pálido de su piel. En un gesto que es por completo inconsciente, acerca despacio sus dedos, y las perfila lentamente. Pasa luego a los labios, y los descubre resecos y agrietados. Deja que el aire escape despacio entre sus dientes, absorbida por la sensación. Parece mentira, con todo lo que ha llorado... Desliza las manos por el contorno de su cara, persiguiendo cada movimiento con los ojos, y lentamente baja hasta el cuello. Se ha olvidado por completo de la manta que la envolvía; una manta que poco a poco se ha ido deslizando por su espalda, y que ahora cae suavemente al suelo. Sin ella, apenas sí puedes encontrarla dentro de su pijama de invierno, de sus zapatillas lanosas, de la maraña de pelo rizado. El agua sigue corriendo, y corre peligro de desbordarse. Candela, que hasta ese mismo momento se encontraba bajo el hechizo del fantasma de su espejo, deja caer las manos dentro del lavabo, cubriéndolas de agua, haciendo caso omiso del frío. Las pega al fondo de la pila y separa todo lo que puede cada uno de sus dedos, observando las formas que se le dibujan en la piel como consecuencia de un juego absurdo que mantienen entre sí la luz y el agua. Las aprieta aún más fuerte contra el fondo de mármol, tanto que incluso llega a dolerle, y puede ver como las yemas de sus dedos adquieren poco a poco un color similar al de la piedra  a la que se enfrentan. Entonces, de golpe, con rabia, las saca, al tiempo que una lágrima rueda por su mejilla. Observa aquella superficie perfecta que se va formando en el lavabo, a medida que las ondas que han dejado sus manos van desapareciendo. Enfadada, deja que se vacíe, sin apartar la vista de un sumidero por el que todo pasa, sin tropiezos. Cómo le gustaría a Candela ser agua. Abrazar unas manos, envolverlas, amoldarse a ellas, convivir a la perfección, disfrutar del momento. Y dejar marchar sin dolor, sin pena. Aceptar la desaparición como algo natural e inevitable, como parte del proceso de estar juntos, permitiendo así una ruptura limpia, una relación sana. Se mira las manos, asqueada. Por supuesto, las tiene empapadas, y ha conseguido mojar gran parte del suelo del baño. El agua se ha marchado impasible, es cierto, pero sus manos, de alguna forma, han quedado marcadas. Es absurdo, se dice. La vida es absurda. Ella misma, como ser humano, es absurda. Se permite a si misma que todo deje siempre huella en su piel, incluso si se trata de algo tan frío como una pila llena de agua. Siempre tiene que quedar un rastro de lo demás en ella, se recrimina, aunque sea uno pequeñito. No lo entiende. No quiere entenderlo. Candela sólo quiere ser agua, quiere ser agua y querer sin miedos para desquerer sin marcas, y llegar cuando quiera y marcharse sin que eso le plantee dificultades. No quiere ser la que se queda empapada una vez que levantas el tapón del lavabo. No quiere hacerlo más, está harta de salir siempre escaldada.
Y, a pesar de ello, no se seca. Se queda allí, parada, llorando delante del espejo, dejando que poco a poco la rabia se consuma y el cansancio se apodere de ella, detenida en un estado de semi inconsciencia mientras que de a pocos la luz del día va filtrándose con mayor fuerza en la habitación. Las sombras   se mueven por su cara, y cambian levemente los rasgos de su reflejo. Poco después, se enciende la radio de su madre. Es hora de ir a trabajar, ya deben de ser las ocho y media de la mañana. El locutor de radio anuncia algún nuevo producto y da paso a la siguiente canción. Estaba claro que no podíamos ser agua... empieza. Los minutos pasan. El espejo le devuelve a Candela una mirada vacía desde el otro lado del cristal. Comienzan a sonar gotas de lluvia contra la ventana. Parece que todavía le quedan algunos chaparrones a los que enfrentarse.

2 comentarios:

¡Pega tu dentellada!