martes, 10 de mayo de 2011

No todo en las tripas van a ser mariposas.

María tiene un cocodrilo en el estómago. No lo ha visto nunca, así que no sabe si es grande o pequeño, verde o morado, bonito o muy feo. Pero sabe que tiene un cocodrilo en el estómago. Lo sabe porque lo siente moverse dentro de ella cuando, por ejemplo, quiere decirle a mamá que el suavizante nuevo le recuerda a sus abrazos, o a papá que con la chaqueta de cuero se da un parecido alucinante con Travolta en Grease, y que le dan ganas de pedirle que la saque a bailar y la conquiste con sus movimientos roqueros. O cuando se acerca a Javier una tarde y quiere decirle "te quiero" en medio del pasillo, de camino a clase.
Es en esos momentos cuando su cocodrilo se despierta de la siesta y, desperezándose, se le sube a la garganta, para esperar con la boca bien abierta a todas las palabras que María quiere sacar de paseo, y pegarse un buen atracón con ellas.
María tiene un cocodrilo glotón y zampaverbos, y lo sabe, igual que sabe que tiene gusto por los tiempos en futuro y muy buen olfato para los intentos de ensoñación en voz alta. Y como ya está harta de su lagarto sin complejos, esta mañana ha bajado a la tienda de la esquina a comprarse una libreta, y en la primera página ha escrito con letras bien grandes:

"Menú del día a día para 
lagartos que nunca están hartos."


A ver si por fín encuentra una solución.

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